Regresar al índice del Número 4



Estado y Familia. Carencias y consecuencias

Nelson Zicavo Martínez

Universidad del Bio Bio (Chile)


RESUMEN

Con el presente escrito se pretende llamar la atención acerca de cómo la crisis económica que afecta a nuestros países, unida entre otros factores a la carencia de buenas políticas sociales gubernamentales ha favorecido un aumento de la insatisfacción de las necesidades de cuidado de la familia. Se observa igualmente un deterioro en el cuidado de la vida privada y pública de la familia actual. A esto se une una prácticamente inexistente distribución equitativa de responsabilidades domésticas y educativas de los hijos. Se generan así importantes tensiones en las relaciones familiares. Resulta entonces imprescindible generar espacios en los cuales el estado se vea involucrado en la organización armónica de las estructuras familiares, no como ente contralor dictatorial, sino promoviendo estilos orientadores, cooperativos, generales, sustentados en la equidad. Esto favorecería el surgimiento de familias actuales, más armónicas, funcionales y menos sexistas.

Palabras claves: Familia, género, gobierno, programas sociales.

SUMMARY

In this paper the author draws attention to the way in which the economic crisis affecting the countries in our region -- linked amongst other factors to the lack of good social governmental policies -- has produced arise in the unmet needs of the family unit and a deterioration in the quality care of both the private and public life of the modern family. All the former plus the lack of fairness in the distribution of the domestic and educational responsibility of the offspring, have generated serious tensions within the family structure. It then becomes indispensable to generate spaces in which the state becomes involved in the harmonious organization of the family structures, not as a dictatorial controller, but as a promoter of styles based on cooperation and orientation based on equality. This would in turn promote the development of more harmonious, functional, and less sexist family strutures.

Key words: Family, gender, goverment, social programs.


A menudo la jurisdicción exclusiva de los cuidados y las responsabilidades domésticas de la familia es otorgada a las mujeres por una supuesta naturalización que, sin dudas resulta retrograda en la concepción acerca de lo femenino. Esto acaba lesionando el desarrollo social y ciudadano de las mujeres. Entonces, compartir las responsabilidades familiares y de reproducción social, renegociar al interior de los distintos modelos familiares estas responsabilidades es una necesidad imperiosa. La sobrecarga por el trabajo doméstico y las responsabilidades familiares del mundo femenino ha centrado el debate feminista desde sus inicios, y es un tema que hoy sigue vigente.

Hoy día…

Los modelos institucionales y sociales que fueron tradicionalmente usados para mantener a las mujeres dentro del ámbito doméstico, (además de salvaguardar su lejanía de lo político y del Estado), han ido advirtiendo importantes transformaciones en las últimas décadas.

Dentro de la comprensión del Estado Paternalista, “benefactor", las estructuras familiares tradicionales comenzaron a auto-demolerse por la sinergia del desarrollo social. Así, ciertos roles, antes funcionales para la familia patriarcal, comenzaron a verse obsoletos dadas las nuevas exigencias de la producción económica en las sociedades industriales más desarrolladas. De esta manera la responsabilidad de aquel estado “benefactor”, comenzó a ser traspasada a la familia y dejada en sus manos con una carencia evidente de políticas sociales claras destinadas al desarrollo y fortalecimiento de “la célula básica de la sociedad”…

Desde esta perspectiva es difícil no concordar con la idea de que las necesidades de cuidado de la familia se encuentran insatisfechas. Más aún, esta insatisfacción de alguna manera continua en franco aumento debido a la crisis económica de finales de los años 90 y a la carencia de políticas sociales claras (no excluyentes de ningún sector social) dirigidas a la satisfacción de las nuevas necesidades que el desarrollo y los cambios en la dinámica de la vida promueven. Observamos un claro deterioro en el cuidado de la vida privada y pública de la familia actual.

En el ámbito público, el deterioro en el cuidado de la familia es observable tanto en la ausencia de políticas sociales como en el precario estado de las que existen que no logran satisfacer las necesidades reales actuales de los diferentes tipos de familia. Las madres solteras, los padres solteros, las personas mayores (cada vez más numerosas) y los distintos actores de los nuevos escenarios no se ven contenidos en las escasas políticas oficiales que existen, definiéndose como “actores sin escenarios” a los que no se les brindan espacios para sus inquietudes y demandas.

Respecto de la vida privada, el deterioro de la protección de las mujeres y en especial de las mujeres trabajadoras, se evidencia en la inexistente distribución equitativa de responsabilidades domésticas y educativas de los hijos, y cuando se observa alguna esta es dada en forma de “ayuda” y casi nunca como distribución y responsabilidad compartida con el otro miembro de la pareja o con los hijos varones, los cuales a menudo quedan fuera de todo acuerdo. Esto además de constituir el germen de importantes tensiones en las relaciones familiares, es fuente de displacer para esa mujer que debe cargar con el peso de una depositación social desequilibrada y que asume muchas ocasiones como cordero, o con los dientes apretados en otras no pocas veces.

Atendiendo a lo anterior urge entonces definir políticas sociales que ayuden al desarrollo de la familia actual y no hacer “oídos sordos” a una realidad demandante de soluciones. De lo contrario, esta “célula básica” desprotegida, puede a su vez desproteger a la sociedad llevando consigo a aquella, sus principales carencias en el desarrollo de sus miembros y exportando a la vez, los males que le aquejan.

De manera tal, que a esa altura, si la sociedad piensa que la solución es la represión de aquellos miembros descarriados, estará apuntando mal desde el inicio, pues la solución se encuentra en lo que se siembra hoy, en el ser pluralista y equitativo, para que en el mañana no tengamos “hierbas inadecuadas” donde debiera haber adecuación.

El género y la familia…

Cuando hablamos de Género no hacemos referencia a características biológicas o naturales, sino a características culturales y educativas que varían según la sociedad imperante. El concepto de género es un constructo social, es una elaboración social y por lo tanto se puede reelaborar culturalmente cuantas veces sea necesario.

No significa que lo biológico no sea importante, de hecho lo es. Solo que lo determinante es el legado histórico cultural educativo de la sociedad. Es eso lo que define al género. Relación que además apela al poder como elemento central de esta construcción: “…no es el género el único campo pero parece haber sido una forma persistente y recurrente de facilitar la significación del poder. Establecidos como conjunto objetivo de referencias, los conceptos de género estructuran la percepción y la organización concreta y simbólica de toda la vida social. Estas referencias establecen distribuciones de poder (control diferencial sobre los recursos materiales y simbólicos, acceso a los mismos), el género se implica en la concepción y construcción del propio poder” (Scott, 1990).

Cuando describimos el Género como un constructo social estamos permitiendo la idea de que la masculinidad y la feminidad se encuentran delimitadas socialmente atribuyendo además características simbólicas, poder y conductas diferentes a mujeres y hombres, como base de inequidades. Para atender la equidad debiéramos ir en búsqueda de una restauración de la simbolización de lo femenino y lo masculino en la sociedad actual.

En los últimos años, he tenido la suerte de trabajar en unos pocos países de América y Europa, y por aquellas experiencias me he podido percatar que en cualquier lugar hombres y mujeres suelen proceder bajo normativas conductuales diferentes, con ciertos asignados culturales que responden a consideraciones preexistentes de actividades femeninas y masculinas. Somos socializados para que aprendamos a desplegar tareas diferenciales y para que esto parezca y se acepte como “natural” imponiendo un orden social desde lo privado que trasciende a lo público o incluso a la inversa. Si por algún asomo alguien osara contradecir la norma “natural” se establecen sanciones en el código subliminal claramente establecidas. Estas sanciones no aparecen descritas en ningún manual o legislación, es parte del currículo oculto del “hacer sociedad”, del “hacer familia”, y lo asiste el poder de la eficacia para todo lo que suela “desviarse”.

No puedo dejar de mencionar acá la anécdota referida por mi madre de que -sin la asistencia de las hoy maravillosos ecógrafos- y ante su deseo de tener una “Nena”, compró toda la ropa rosada pues ese debía ser el color apropiado para tal sexo... y nació quien ahora escribe... generando el conflicto existencial –uno más- de mi querida madre que con el pequeño sueldo (dibujante técnico) proveedor de mi Papá no alcanzaba para pensar en comprar ahora nada celeste... por lo que mis primeros meses debieron contener este espíritu contradictor del que hago gala hoy y me causa más de un dolor de cabeza… a mis hijos también..

Esta licencia acostumbrada y naturalizada del deber ser de lo femenino y lo masculino a tareas especificas, porta un estrecho vinculo que resulta alienante (Arés,1998) y que, a pesar de todo, se torna terriblemente verdadera cuando es asumida como real en sus habilidades y aptitudes sin que nadie se percate del embaucamiento.

¿Servicio? Doméstico y cuidado de la familia... o responsabilidad Compartida...

Cuando nos referimos al cuidado de la familia solemos dar por sobreentendido que este corresponde al ámbito de lo privado y por analogía al ámbito de las atribuciones femeninas.

Durante muchos años las enfermeras, las profesoras y las parvularias han sido carreras de mujeres en donde la conciencia (o inconciencia?) social no se permite la licencia de pensar una imagen masculina sin asociarla con perversión... aún hoy esto es dramáticamente cotidiano. Deseo explicitar que en un reciente estudio realizado con mis alumnos tesistas en las carreras de Educación Parvularia a lo largo de las diferentes Universidades de Chile nos encontramos con la sorpresa de que en los últimos 10 años solo 12 varones habían ingresado a esta carrera y que de ellos solo 5 se habían graduado. Desconocemos si es que aquellos estarán desempeñándose en esta actividad, pero lo que si supimos en ese año (1999) que en las labores directivas se encontraban dos profesionales masculinos... los otros habían reconvertido su vocación...

Por su parte, el ámbito de lo público, suele ser el espacio en el que se ejercen los derechos y las responsabilidades ciudadanas, habitualmente reducto del poder masculino. La jurisprudencia que rige el matrimonio y la descendencia en nuestro país, busca asegurar que el cuidado y la crianza de los niños así como el del desarrollo de la familia, sean consideradas por todo actor social, como una responsabilidad primordial de las mujeres, mientras que el derecho al uso y administración de los recursos materiales comunes se adjudica únicamente al hombre.

¿De qué equidad estamos hablando? ¿De qué siglo proviene esta Ley en Chile? Y lo que es peor, cuanto falta aún para su abolición o al menos transformación y readecuación a los vientos que hoy soplan en América Latina?

El cuidado de la familia, basado en el prejuicio social que atribuye una virtud “natural” en las mujeres para realizar la delicada faena y asociado a la falta de reconocimiento de las tareas propias de lo privado, suele tener consecuencias substanciales en el ejercicio de los derechos sociales de las mujeres. Este espacio, a menudo es visto, como un área en el cual no debemos involucrarnos por los peligros que esto conlleva, abonando así el camino de la discriminación o al menos de la carencia de equidad, en las labores domésticas y el cuidado de la familia. Creo que de alguna manera la sociedad y el Estado “balconean” un asunto que debiera ser de suyo su asunto propio, desprotegiendo a quien se supone debiera respaldar. Realidad que por fortuna esta cambiando pero no lo suficiente aún.

De una forma u otra debiéramos marchar a la “desprivatización” de este tema, es decir, sacarlo de la esfera de lo privado y hacerlo un tema de participación en base a deberes y derechos no “naturalizados”, sino construidos socialmente.

Generar espacios en los cuales el estado se vea involucrado en la organización armónica de las estructuras familiares, no como ente contralor dictatorial, sino insinuando estilos orientadores, cooperativos, generales, atendiendo a la equidad y permitiendo el surgimiento de familias actuales, más armónicas y menos sexistas.

No es menos cierto que en el imaginario social, el modelo de familia ideal que es evocado, se encuentra constituido por padre, madre e hijos que conviven bajo el mismo techo y que poseen una economía organizada. Este modelo tiene una impresionante fuerza simbólica muy difícil de expulsar o readaptar a las circunstancias actuales en las cuales la familia se desenvuelve.

Últimamente tiene lugar, por ejemplo, un tipo de familia habitual en nuestra clase media baja, compuesta por adultos jóvenes que por circunstancias de espacio y económicas, cada miembro progenitor (cuando tienen descendencia) vive con su familia de pertenencia original y suelen “verse” a menudo pero solo comparten la vida de fines de semana, mientras que su supervivencia depende de esquemas individuales asociados a los esquemas de la familia con la cual conviven, y sin embargo esta tipología de familia no se encuentra contenida en nuestro imaginario, pero existe, eso lo saben los investigadores del área.

Hemos observado con satisfacción, cómo en las últimas décadas ha crecido ostensiblemente la participación de las mujeres en la esfera laboral, sin embargo, esto no ha traído una equilibrada participación masculina en las responsabilidades familiares. Las mujeres, antes “dueñas de casa”, adicionan la función profesional a la “tradicional-natural” viéndose obligadas a buscar y encontrar soluciones individuales a los compromisos de cuidado y organización familiar de lo privado. Este no es un tema menor ya que suele dejarse al amparo de soluciones individuales (por el buen criterio y generosidad de los componentes de la familia o por las posibilidades de acceso a la tecnología hogareña) responsabilidades que a nuestro juicio debieran ser al menos orientadas por políticas estatales claras.

Cierto es, que solo quien posea ingresos medios a medios altos puede darse el lujo de acceder a servicios de cuidado de los niños y aseo doméstico, lo cual se encuentra regulado por las leyes del mercado (cambia de una ciudad a otra y de acuerdo a la zona en que se viva, los costos y accesos son distintos y abruptos).

El servicio doméstico asalariado, jardines infantiles (salvo la honrosa referencia a los ingentes esfuerzos de la JUNJI) y guarderías, asistencia de personas mayores, asistencia de enfermos terminales, cuidado de enfermos con limitaciones severas, etc, se encuentran igualmente regulados por mecanismos de acceso asociados al poder adquisitivo, pero no resultan un respaldo que el estado de prioridad para que la familia sienta el desahogo del apoyo irrestricto necesitado. Bien lo saben aquellas familias que les aqueja profundamente ya no solo la presencia de tales necesidades sino la certeza de que este deber y compromiso con los seres queridos, llega a ser un peso económico, familiar y social, y parece no importarle a nadie aunque aporten “volunbligatoriamente” impuestos ineludibles. La tarea debe ser asumida por la familia pero también por el Estado, no tengo la menor duda.

Por otra parte, lo más probable es que la contribución de la mujer al mercado laboral sea un aporte para la sociedad pero esto no implique necesariamente una reestructuración funcional al interior del hogar producto de la depauperada valoración social del trabajo doméstico. La reorganización tendrá lugar en dependencia de la capacidad mediadora de los integrantes del núcleo familiar atendiendo la cultura y el estrato socioeconómico de que se trate.

Resulta predecible que en la mayoría de los casos, la distribución de tareas atendiendo a la equidad sea una quimera y que las mujeres sientan el peso de la sobrecarga, aunque este sea auto-impuesto. A menudo buscarán el apoyo logístico y personal de otras mujeres en sus labores no menos sobrecargadas reproduciendo un fenómeno complejo que necesita de la asistencia de las grandes estructuras estatales y no ineludiblemente de las redes de parentesco que operan como verdaderas redes de emergencias habituales.

De todas maneras no deseo culminar esta reflexión sin dejar claramente expuesto que reconocer las limitaciones de este complejo fenómeno no implica el permiso para una guerra de géneros absurda. Creo en el ser humano y este no posee distinción genérica posible, ante esa mirada somos seres exquisitamente complementarios (afortunadamente). Los hombres de hoy, los menos, eso si, que no dejan de ser una vanguardia interesante, se permiten y otorgan un lugar de privilegio a su paternidad y ternura, a la colaboración; ya no solo la madre posee el tiempo para poder llevar a su hijos al medico, asistir al colegio a reuniones o citas, etc. Ellos también suelen estar allí.

En la adaptación a los nuevos roles familiares, los hombres que sobrellevan la integración laboral de su esposa y las mujeres que han sabido generar un espacio atendiendo a la participación equitativa de las labores domésticas, son las personas que viven mejor la transformación, porque no solo se cambian a si mismos sino que hacen lo propio con las estructuras familiares y la sociedad arrastrando consigo a otras estructuras y obligando a que el Estado dirija su mirada e interés hacia donde es vital, la Familia actual.

Desafíos

Los desafíos en este campo de acción pueden ser múltiples, sin embargo surgen algunos puntuales a no perder de vista:

1.Realizar un intento serio, profundo, comprometido, donde la esfera de lo privado, de lo doméstico, del cuidado de la familia, se convierta en un proyecto estratégico de dominio público, comprometiendo esfuerzos estatales en el cuidado y desarrollo de la familia actual independientemente de los recursos con que esta cuente, del rol social llamada a desempeñar y del tipo o forma de estructura familiar que revista.

2.Resignificar consensos y buscar mediaciones equitativas de la organización y dinámica familiar no atendiendo al género sino a las peculiares necesidades que del desarrollo familiar emanen para sus integrantes (antes, durante y posterior a que la unión conyugal exista). Debemos poner especial cuidado en el desarrollo pleno de todos sus integrantes, independientemente de religión, sexo, condición intelectual o etarea.

3.Que el Estado diseñe planes a medio y largo plazo donde se vele por la integración de los distintos actores de la familia actual, el cuidado, protección y desarrollo de todos sus miembros, no solo de la descendencia. Para eso habrá de generar respaldos sociales económicos y educacionales hoy difusos o casi inexistentes, donde la tónica principal esté centrada en fundar iniciativas que amparen y patrocinen a la familia y sus miembros sin distinción alguna.

Tal vez entonces cambien las actitudes de algunos rancios hombres y algunas no menos retrógradas mujeres, que continúan enarbolando banderas que ya no pertenecen a esta época o no encarnan lo mejor de las generaciones presentes.

Bibliografía

Alméras D. (1997) “Compartir las responsabilidades familiares, una tarea para el desarrollo”. Editorial CEPAL, Documento No. 6. Santiago, Chile.
Arés P. (1998). “Mi Familia es así”. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, Cuba.
Page M. (1996) “Los usos del tiempo como indicadores de la discriminación entre géneros”. Publicación del Instituto de la Mujer. Madrid, España.
Scott, A. (1990) “Historia y género: las mujeres en la historia moderna y contemporánea”. Editorial Paidos. Argentina. 1990.




Por favor firme nuestro libro de visitas.