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¿Existe el destino? (Apuntes mu-psicológicos)

Manuel Calviño

Facultad de Psicología. Universidad de La Habana


Dictamen

Jorge Castillo dictaminó:

Manuel Calviño se reconoce como parte de los “(...) pensadores mágico-fenomenistas que disfrazamos nuestras creencias con la objetividad.”, tal como se refiere a los científicos en general. No desentona con aquello que todos sabemos de que la Psicología –y por ende el Psicólogo- trata de presentar objetivamente la subjetividad, alimentando la larga discusión que tienen los abogados de “la contraria” (como dicen en su jerga litigosa) cuando tratan de impugnar un informe del perito psicólogo que no favorece a su cliente. Se quejan de los “podría ser”; “significaría”; “aparentemente” que utilizamos a menudo en nuestros informes, cuando tratamos de poner en código científico lo que jamás se puede demostrar, salvo que el entrevistado lo diga directamente, y en este caso, no tendría tampoco validez jurídica, y mucho menos, justificaría la trabajosa intervención de un Psicólogo.

¿Cómo convencer a un Juez (y dejar conforme a las partes litigantes) de que alguien piensa lo que parece que piensa o que siente lo que declara que siente (y a veces que no siente)?. ¿Cómo objetivar los afectos, siempre dependientes no solamente de los estímulos ocasionales del ambiente, sino de la historia personalísima (única, indivisible, integral) de quienes estudiamos y de su historia cultural?. ¿Cómo explicar las motivaciones y los impulsos?

Manuel Calviño no recurre al “padre” para explicar el tema del destino, está visto. Tiene fundamentos propios y los maneja con ductilidad y elegancia. Como buen comunicador social, hace gala de un discurso claro, reflexivo y (como buen Psicólogo) centrado en los procesos mentales y en los modelos. Sus citas de Freud, Pichón Riviére, Lacan –entre los grandes “padres” que hicieron ciencia a través de la anticiencia- son para ilustrar y ampliar su propio pensamiento. No para justificarlo. Y este es un valor en sí, pues lo presenta como creador aguerrido y ecléctico, como quizá deberíamos ser todos los psicólogos actuales, para no dejar escapar nada de esta realidad que compartimos a los golpes y zancadillas con el resto de nuestros semejantes. Una realidad que nos enfrenta y daña más en la medida en que desechamos la palabra, resultado de la espera y de la reflexión.

Por algo estamos atravesados por la palabra. La Cultura nos pone límites y nos crea el malestar del que habló Freud; nos determina los campos de interacción y las áreas de la conducta; las respuestas condicionadas (pero cada vez menos desde el orden biológico, y mucho desde lo personal y social).

Desde esta perspectiva –que es la que analiza Calviño- el destino no tiene destino. Es una simple metáfora a-científica que pretende definir –como los mitos de nuestros antepasados- aquello que no podemos nombrar de otra manera; o que se nos escapa a la reflexión por falta de palabras adecuadas y que la mayoría de los mortales prefieren dejar pasar para no complicarse. Pensemos si no en las plantas y animales, tan preocupados ellos en sobrevivir dentro de sus nichos, sin molestar a los demás, y en la actitud prepotente y descomedida de los humanos, decididos a toda costa a revalidar nuestro diploma de “rey de la creación” que algún trasnochado imaginó alguna vez como “destino” de la especie (y así nos está yendo).

Está visto a través de la historia que el hombre grabó su “destino” a fuego mediante esa estrategia de “convivencia” . Y en su comportamiento errático está arrastrando a las demás especies. Ni Zeus, ni Amón –para citar algunos de los “padres-dioses”- pueden asimilarse con los “dioses-patrones” de la actual mitología mercadocrática, erigidos por las grandes potencias que deciden por el resto del mundo. La “debilidad humana”, en todo caso, que es lo único que comparten, refuerza la hipótesis (otra vez la “ciencia” prestándonos sus términos) de que el “paraíso” es un estado idealizado de dependencia, así como la “manzana de Eva” es la llave al conocimiento y el acceso a la genitalidad plena, y por ende a la palabra para comunicarme con los otros de la manera para la que el hombre está mejor preparado: manejando símbolos; haciendo cultura.

Dice Calviño: “La ciencia es, en gran medida, el establecimiento y la corroboración de predicciones”. Como la base de la ciencia es el prejuicio (tansformado en hipótesis) y la metodología para demostrarlo, las predicciones no pueden ser nunca cumplidas si no se las mide a través de parámetros preestablecidos, que siempre implica una elección individual y la influencia de la Cultura. Extraño “destino” el de Edipo cumpliendo al pié de la letra con la “predicción” del oráculo; demostrando a costa de su vida (de sus ojos) que fue un simple mortal, sujeto a sus impulsos pero también esclavo insoslayable de su cultura. Porque el incesto no era aceptado en la Tebas griega, al parecer, y por eso fue pecaminoso, pero sí en la Tebas egipcia. Allí, el hijo de Amenoteph III (que prefirió llamarse Akenhaton y del que habla mucho Freud en “Moisés y la Religión Monoteísta”) no solamente renegó del padre desechando el nombre impuesto, sino también renegando de sus dioses, y según algunas versiones, fornicando con su propia madre para engendrar al célebre Tutankamon.

Podríamos sostener, junto a Calviño, que el “destino” lo construimos nosotros, y que la Cultura colabora. Pero no hay “destino” que me sobredetermine. Sin dudas, el niño genio que cita lo fue porque manejó hábilmente los símbolos de su cultura. ¿Qué hubiera resultado de un potencial intelectual brillante como el que comenta, si la sociedad no hubiese jerarquizado esas facultades?.

El trabajo de Calviño es personal y original. Como en los artículos del viejo Freud, su discurso oscila entre la sapiencia (con citas e información precisas), y los lugares comunes a los que la gente común (valga la redundancia) recurre cuando quiere que la entiendan. Se trata de la omnipresencia de la vida cotidiana.

Es evidente que Manuel Calviño eligió este “destino”. Y que no le está yendo mal en la elección. La hipótesis que podemos aventurar es que sus discípulos aprenden Psicología con él de la mejor manera. Después de todo, ¿quién dijo que la ciencia positivista es la única posible para hacer creíble nuestras conclusiones?.

Cabe expresar un deseo: que nuestra tarea de hacer objetiva nuestra propia subjetividad y la del otro siga produciendo trabajos como los de Calviño, que inviten a la reflexión y a la asociación libre, pero firmemente parados sobre la realidad (“sólo puedo volar si piso la tierra”, como dijo hace muchos años María Fux). Para esos psicólogos atados al “padre” y su religión, el trabajo puede representar un aire renovador. Para los que prefieren elegir su “destino” libremente, un buen estímulo a reincidir, sin necesidad de renegar de religiones propias y ajenas, ni de cegarse. Ni de aceptar como un “castigo”

la expulsión del paraíso cuando en realidad marca la mayoría de edad. Somos tantos los que vivimos en el mundo, que la existencia de varios “Silvios” o “Borges”; “Freuds”, “Marxs” o “Lacanes”, jamás impondrá al resto un “destino” similar o diferente al que a través de la reflexión y la palabra-para-otros (no hay otra forma de estimular el habla), decidamos adoptar finalmente.

Resumen: Aprobado. Muy Interesante.


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