Política y Comportamiento Democrático: Elementos para un Análisis Psicosocial1

Raúl Rocha Romero

FES Zaragoza/UNAM México

 

Resumen

Se incorpora como categoría de análisis la subjetividad para abordar la política y la democracia como formas de comportamiento de los sujetos, con la intención de aportar algCeros elementos que permitan la realización de un análisis psicosocial. Se precisan los conceptos subjetividad y política y, consecuentemente, el de subjetividad política, así como la relación entre éstos y el concepto cultura política. Además, se presentan algunas propuestas para estudiar la subjetividad política e incidir en la promoción del comportamiento democrático. Por último, se afirma que es igualmente importante estar pendientes tanto de los partidos y candidatos que gobernarán una sociedad, como de los ciudadanos que le darán forma y sentido a esa forma de gobierno, porque toda sociedad que pretenda ser cada vez más democrática debe contar con políticos e instancias democráticas y, además, debe asegurarse de que sus ciudadanos se comporten también de manera democrática.

Palabras clave: Subjetividad, Política, Democracia, Psicosocial

Introducción

El presente artículo tiene una óptica diferente a las que comúnmente se emplean para abordar temáticas referidas a la dimensión política, pues la mayoría de los trabajos se ciñen precisamente a dicha dimensión o lo hacen desde disciplinas consideradas como "más cercanas", tales como el derecho o la sociología. Aquí se incorpora como categoría de análisis la subjetividad para abordar la política y la democracia como formas de comportamiento de los sujetos, ello con la intención de aportar algCeros elementos que permitan la realización de un análisis psicosocial.

Si bien existen trabajos que plantean el estudio de la subjetividad en el plano de lo político, éstos generalmente lo hacen de manera tangencial o privilegiando ya sea el plano psicológico o el propiamente político, dependiendo de la perspectiva de la que se parta. En este trabajo se plantea la articulación entre ambas dimensiones, lo que implica no el privilegiamiento, la ponderación o el análisis "a tras luz" de una dimensión por sobre la otra, sino la consideración de que el fenómeno, hecho o situación es, a la vez, un fenómeno político y psicológico. Un análisis de este tipo permitiría encontrar las intersecciones de ambas dimensiones en los distintos niveles de la realidad para configurar una específicamente propia, es decir, una dimensión psicopolítica.

Esta es una tarea nada sencilla porque se corre el riesgo, cosa que frecuentemente sucede, de psicologizar la política. Pero es una tarea necesaria. Sobre todo ahora que, pretendiendo llenar este vacío de conocimientos existente entre los hechos de la vida política y las razones o las "causas" del comportamiento de los sujetos, se utiliza de manera recurrente el concepto cultura política. Con él se pretende reducir la distancia epistémica entre los subjetivo y lo objetivo de la política. Sin embargo, el mismo concepto es subjetivizado por quienes con él pretenden dar cuanta de las actitudes, los valores y el comportamiento político de los hombres al centrarse únicamente en estos aspectos y soslayar el papel y la influencia que las estructuras, las instituciones, los actores políticos y el poder ejercen en la subjetividad de las personas. Además, cultura política es un concepto tan global y tan laxo que todo puede caber en él.

El concepto cultura se utiliza efectivamente con la intención de significar todo lo que el hombre a lo largo de su historia ha construido, tanto los hechos materiales como las producciones ideacionales, así como la influencia que ésta ejerce en la vida de una sociedad, un grupo o un individuo. Pero cuando se adjetiva el concepto cultura, como en este caso con la palabra política, y el tratamiento que de él se desprende consiste sólo en el análisis de los aspectos subjetivos de las personas y se hace caso omiso del papel que juegan las estructuras y las instituciones políticas, entonces su manejo se hace difícil porque entre la cultura y el comportamiento de un individuo o de un grupo social median una serie de elementos que determinan a ambos: los factores psicosociales.

La necesidad de emprender estudios psicosociales de los fenómenos políticos no es mera inquietud académica; la realidad misma, en su continua e incesante transformación, como sucede en nuestra propia realidad, demanda la observación de las situaciones objetivas y el análisis de la dimensión subjetiva en tanto que ambas predisponen a los individuos a manifestar de un modo u otro su comportamiento político.

Subjetividad política

Hoy en día no se puede seguir haciendo política como hasta ahora se ha pensado: como si ésta fuera una actividad que estuviera destinada sólo a Ceros cuantos, es decir, a los que tienen las capacidades y/o el privilegio de participar en ella. Esta manera de hacer y pensar la política es una manipulación de los políticos profesionales para asegurar un mayor control sobre la sociedad, lo que se consigue al propiciar un mayor distanciamiento de la gente común con todo lo que tenga relación con la vida política de esa misma sociedad. Incluso ahora que gana terreno la economía ante la debilidad de la política en la conducción de los destinos de un país, es imprescindible que se realice un examen de lo que significa la política tanto para los propios gobernantes y políticos profesionales como para la ciudadanía, con la intención de recuperar su preeminencia como forma de pensamiento humano avocada al diseño de las mejores formas de organización social y a la procuración de la felicidad.

A mi juicio, este examen implica desde luego la consideración de los conocimientos provenientes de las distintas ciencias sociales y humanas que dan cuenta de la dinámica política de las distintas sociedades (expresada en términos de la organización política, de las estructuras y funcionamiento de las instancias políticas, del gobierno, del poder y la democracia, del Estado y de las acciones de los políticos profesionales). Pero también debe incluir el análisis de los elementos y mecanismos que se encuentran detrás de todo ello, me refiero específicamente a la subjetividad de las personas, pues ésta finalmente modela la forma como los hombres manifiestan un determinado tipo de comportamiento político. Estos son elementos propiamente psicológicos, sin embargo, si se realiza un análisis en el que se involucren ambas dimensiones (la política y la psicológica) entonces estamos ante una perspectiva psicosocial.

Aunque en realidad esta intención no es nueva, mucho de lo que se ha escrito en este sentido adolece de algCeros problemas. Para los filósofos y teóricos políticos el problema principalmente consiste en que cuando abordan cuestiones relacionadas con la subjetividad y la política lo hacen ignorando particularmente los conocimientos provenientes de algunas disciplinas cuyo objeto de estudio es precisamente la subjetividad. Me refiero principalmente a la psicología social, cuyo interés está centrado en los fenómenos psicosociales, y de manera reciente a lo que se ha dado en llamar la psicología política. Y, por su parte, el problema de los psicólogos al abordar la misma relación, estriba en que lo hacen con un evidente desconocimiento de las aportaciones de la filosofía y la teoría políticas.

Sabemos bastante bien los riesgos que se corren cuando se intenta explicar un fenómeno de una dimensión particular con conceptos y categorías provenientes de un campo disciplinar distinto. El más grave de ellos es la reducción explicativa. Así, para el caso del que venimos hablando, se psicologiza la explicación de los hechos políticos.

Intentando no incurrir en este problema, lo que corresponde es precisar los conceptos de subjetividad y política y, consecuentemente, el de subjetividad política, así como la relación entre éstos y el concepto cultura política, como marco de un ulterior análisis psicosocial de la política y la democracia.

El concepto subjetividad refiere una dimensión particular del ser humano. En el tratamiento que históricamente ha tenido esa dimensión por parte de distintas disciplinas se encuentran diferentes denominaciones: para la tradición filosófica, y más recientemente, en las aportaciones de las neurociencias, se encuentra el empleo del concepto mente para referir dicha dimensión; en los estudios sociológicos se encuentra el uso de la palabra subjetividad; y, por último, en la ciencia psicológica se utiliza el concepto psiquismo. Despojado de las connotaciones metafísicas, el concepto mente, al igual que el de subjetividad y psiquismo, actualmente refieren una y la misma cosa, aunque en esos mismos tratamientos disciplinares haya matices.

Así pues, los tres conceptos (mente, subjetividad y psiquismo) refieren la dimensión del ser humano que tiene como sustrato orgánico al cerebro, y más particularmente al neocortex, en donde encontramos a su vez dos conjuntos de procesos que por su nivel de complejidad nos distinguen de los demás seres vivos: los procesos cognitivos y emocionales. Entre los primeros se encuentran las actitudes, las creencias, los valores, las representaciones, los juicios, etc., y entre los segundos están la ansiedad, el temor, la angustia, la depresión, etc. En realidad, esta distinción tiene un sentido meramente analítico, puesto que no hay cognición alguna que no vaya acompañada de una emoción o afecto. Asimismo, la configuración cognitivo-emocional de un sujeto, y los distintos comportamientos que manifiesta, son resultado de los condicionamientos que ejercen sobre él los distintos aspectos de la vida social.

Respecto a la palabra política, a lo largo de la historia se han elaborado distintas concepciones, sin embargo, lo que la distingue es su centralidad como pensamiento y práctica humana orientada a la búsqueda de las mejores formas de convivencia. Por eso es que, a partir de una idea como esta, se asocian a ella distintas nociones que le son inherentes: poder, gobierno, instituciones, Estado, etc., y que son las que le dan forma y contenido a las relaciones sociales y políticas entre los hombres.

Sobre la base de las anteriores consideraciones, se puede afirmar entonces que la subjetividad política es el conjunto de cogniciones y emociones cuyos contenidos están referidos al ámbito político, siempre en el marco de la dinámica y el contexto en el que se haya insertado un sujeto, y que finalmente se traduce en las variadas expresiones en las que manifiesta su comportamiento.

De esta manera es como podemos observar en los sujetos procesos cognitivos y emocionales asociados a referentes políticos. Como es obvio, el análisis que de ello se realice depende del enfoque disciplinar y teórico del que se parta. Sin entrar en este tipo de consideraciones, en tanto no es el propósito del presente escrito, en la actualidad se pueden encontrar en la literatura respectiva estudios que versan sobre actitudes hacia el sistema político, sobre la representación social de la democracia, la socialización política, la participación política y un largo etcétera.

La subjetividad política de una persona es el resultado de las influencias que sobre él ejercen las instituciones políticas y los políticos que las representan, aunque también vale decir que la praxis humana ha creado estas mismas instituciones políticas. Esto quiere decir que no sólo las estructuras políticas son resultado de un proceso histórico sino que también las subjetividades políticas se construyen a lo largo del tiempo y en el marco de las relaciones políticas imperantes en una sociedad.

En la actualidad la política, como práctica humana instrumentada bajo esquemas de organización y conducción de la sociedad, adolece de un considerable desprestigio. Los datos empíricos proporcionados por una variedad de estudios confirman que cada vez es más notoria y creciente la brecha que se ha formado entre las instituciones políticas y los ciudadanos, lo que para el caso de México se torna aún más grave (Díaz-Guerrero y Szalay, 1993; Ai Camp, 1997; Rocha, 2000).

En este escrito he distinguido la política como pensamiento y la política como práctica. También esta distinción es artificial puesto que la política es una forma de praxis humana. Pero es útil en términos de la diferencia que se encuentra en cualquier sociedad entre los propósitos explícitos de la política y los resultados que se observan como resultado de su aplicación. En este sentido, es importante recordar que la política, como expresión del pensamiento humano, realiza la búsqueda de las mejores formas de organización de la vida social entre los hombres y que su motivación más profunda es la conquista, a través de las formas, mecanismos y organizaciones de las que se ha dotado, del bienestar y felicidad humanas. Este es, digamos, el plano del diseño conceptual de la política, y el error no está, pues, aquí. A ella la han desvirtuado los que actúan en su nombre, es decir, los políticos profesionales.

En cuanto a la tergiversación de la política, es imprescindible poner en primer plano dos de sus dimensiones inherentes: la eficacia y la ética políticas. Para el caso de nuestro país, las muestras de escepticismo, rechazo y hasta cinismo de la gente no son más que expresiones psicosociales que se corresponden con la manera de hacer política por parte de los políticos profesionales.

Por razones como las anteriores, desde una perspectiva psicosocial se debe avanzar en el estudio de la subjetividad política de los individuos en relación con los hechos y procesos políticos que suceden en su entorno. Esto es lo que Lechner (1990) llama "el sustrato cognitivo-afectivo de la democracia" y, por su parte, Braud (1993) denomina "las dimensiones psicosociales de la vida política". Ello debiera proporcionar elementos que contribuyan al logro de un doble propósito: primero, al reconocimiento por parte de la ciudadanía de la importancia, del sentido y del verdadero significado que pose la política en la vida de cualquier persona y, segundo, para los políticos profesionales tomar en cuanta la subjetividad de las personas (sus expectativas, sus deseos, sus anhelos, sus opiniones, sus actitudes) les permitirá hacer realmente política y dejar de hacer demagogia.

En esa dirección, planteo algunas propuestas que creo pudieran fungir como premisas tanto para la acción política como para el análisis psicosocial de los fenómenos políticos. Dichas propuestas son las siguientes:

1. La política es desde luego un asunto público pues atañe a todos, sin embargo, para un cabal entendimiento del fenómeno político se deben tomar en consideración las cogniciones y emociones tanto de los actores como de los destinatarios de la acción política y, en ese sentido, concebir la política también como un asunto subjetivo.

2. La política no debe seguir pensándose como una actividad exclusiva de los políticos profesionales. En tanto es una dimensión específicamente humana, es necesario asumir el carácter político que, dependiendo de las circunstancias, reviste el comportamiento de cualquier persona. En este punto estoy obviando las instancias políticas instituidas que regulan la vida en sociedad, para centrarme en los diversos aspectos que existen en la vida social y en los que se manifiesta de manera cotidiana el comportamiento político de los individuos.

3. La política tiene lugar en cualesquiera de los variados espacios en los que tiene presencia el hombre y no sólo en los espacios creados de manera ex profeso: cámaras, partidos, sindicatos, etc. Obviamente los alcances, objetivos e intereses son distintos dependiendo del lugar desde donde se hace, y al que se dirige, la política.

4. La política, como cualquier actividad humana, requiere desde luego vocación, aptitudes y habilidades para desarrollarla, pero ello no quiere decir que deba ser una tarea ajena para los que no se dedican profesionalmente a ella; antes bien, es una cuestión de educación, cultura y formación de valores y habilidades.

A partir de elementos como los anteriores, se posibilitaría la recuperación del sentido más profundo de la política y al hombre como actor y destinatario de la dinámica política de una sociedad.

Por último, preciso mi posición en cuanto al concepto cultura política. Me parece más útil y fecundo hablar de subjetividad política, y no de cultura política, si lo que se está abordando son las actitudes, las creencias, los valores y el comportamiento políticos. En una perspectiva psicosocial, se deben incluir tanto el análisis de los hechos, procesos y fenómenos políticos que tienen lugar en una sociedad, como el análisis de la subjetividad de las personas, es decir, de las representaciones, las opiniones, los juicios, etc., que la gente elabora sobre esos mismos hechos y procesos políticos. En tanto que el concepto cultura política es más amplio, quizá debiera de utilizarse para referir todo un sistema de referencia más desarrollado que incluya la sistematización de datos empíricos y de elaboraciones teóricas al respecto de las estructuras políticas y de las subjetividades políticas de amplios sectores de una determinada población, lo que se consigue con un análisis psicosocial de los fenómenos políticos. Sin demeritar de ninguna manera su empleo, los problemas señalados pudieran subsanarse con la precisión de la relación que existe entre éste y los conceptos subjetividad política y factores psicosociales. Desde mi punto de vista dicha relación es de inclusión.

Comportamiento democrático

Desde hace mucho tiempo se ha aceptado que entre el individuo y la sociedad no existe una relación unidireccional de un elemento hacia el otro, sino que lo que se establece es una relación de mutua interdependencia. El hombre no puede entenderse sino en el marco de las relaciones sociales que establece en el seno de la sociedad en la que vive pero, a la vez, ésta no pudiera existir sin los individuos que la integran. Por ello, es perfectamente entendible el señalamiento del carácter creador del ser humano: a pesar de los múltiples condicionamientos de los que es objeto el hombre simplemente por vivir en sociedad, éste es finalmente quien construye esa misma sociedad. De ello se desprende, por un lado, que el comportamiento de un individuo está determinado por una multiplicidad de factores y que, por el otro, su comportamiento puede modificar el carácter de esos factores o, incluso, crear otros.

En el plano de la vida política de una sociedad, creo que lo que debiera llamar nuestra atención son tanto las instituciones políticas (su estructura, funcionamiento y sentido), como los pensamientos y emociones que le dan dirección al comportamiento político de los individuos en el marco, al margen o, incluso, en contra de esas mismas instituciones políticas.

En este sentido, y como corolario de las afirmaciones anteriores, presento dos cuestiones que, en esta lógica, resultan importantes:

1. Las expresiones de la subjetividad y el comportamiento político de los individuos son consecuencia de la forma como se concreta en hechos la política, y

2. El pensamiento y la acción políticas creadas por el hombre hallan lugar en las prácticas e instituciones políticas de una sociedad.

Trasladando estos razonamientos al plano de la democracia, ello significa que:

1. La subjetividad y el comportamiento democrático de los individuos son el resultado de las prácticas políticas democráticas instrumentadas, principalmente, por el Estado, y

2. No puede concebirse un Estado democrático cuya construcción y vigencia no haya obedecido sino al comportamiento democrático de los individuos.

Esto que parece un juego de palabras, no es sino el reconocimiento de la mutua interdependencia entre sociedad e individuo en el plano de la política. Estamos determinados por lo que el hombre, antes de nosotros, ha creado, es decir, nuestro comportamiento está condicionado por todo lo que existe a nuestro alrededor; pero también, en tanto somos seres humanos, podemos hacer que las cosas sean diferentes. Por ello, nos comportamos de manera distinta con lo que no se corresponde con nuestros propósitos y aspiraciones, es decir, también conducimos nuestro comportamiento en función de lo que queremos llegar a ser como personas y por lo que queremos que exista en la sociedad en la que vivimos.

El comportamiento se funda en la socialidad de los seres humanos, esto es, en las prácticas específicas que nos envuelven desde el nacimiento. En este proceso, la socialización, es decir, la incorporación de los valores, prescripciones, normas y regulaciones vigentes en una sociedad, es un asunto que se vuelve de vital importancia para las sociedades que quieren vivir cada vez de una mejor manera.

El reconocimiento de la importancia que tiene el estudio y conocimiento de la subjetividad política de las personas, conduce invariablemente al rechazo de las formas carentes de contenido ideacional que ahora ganan terreno ante la debilidad de los políticos. Me refiero al llamado marketing político. Si se asume que los individuos son seres pensantes, cuyos contenidos cognitivos se anclan en sistemas de ideas, entonces se ponderará el valor intrínseco de las ideologías para, mediante el debate político, dar sentido a las aspiraciones de los seres humanos.

La conclusión que se impone, por las razones anteriormente expuestas, consiste en afirmar que es igualmente importante estar pendientes tanto de los partidos y candidatos que gobernarán una sociedad, como de los ciudadanos que le darán forma y sentido a esa forma de gobierno. De esta manera, toda sociedad que pretenda ser cada vez más democrática debe contar con políticos e instancias democráticas y, además, debe asegurarse de que sus ciudadanos se comporten también de manera democrática. Esto es un asunto no sólo político, sino también educativo. Por ello, la educación política de las personas es un asunto que además de crucial se vuelve imprescindible.

Bibliografía

Ai Camp, R. (1997) La Política en México. México: Siglo XXI. 2a. edición.
Braud, P. (1993) El Jardín de las Delicias Democráticas, Argentina: Fondo de Cultura Económica de Argentina.
Díaz-Guerrero, R. y Szalay, L. (1993) El Mundo Subjetivo de Mexicanos y Norteamericanos. México: Trillas. pp. 11-23 y 164-176.
Lechner, N. (1990) Los Patios Interiores de la Democracia. Subjetividad y política. Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica Chile. 2a. edición.
Rocha, R (2000) "La Subjetividad Política", en La Psicología Social en México, Vol. VIII, México: AMEPSO-ITESO. pp. 389-395.